jueves, 4 de marzo de 2010

Leandro Ramírez Raya





TRÉBOL DE CUATRO HOJAS



Y me llevé lejos, y me grité que ya no me quería.
Y sentí sobre mi pecho la angustia
de aquellos que se despedían mí.
Vi pasar casas y pueblos, pueblos y ciudades,
regiones y montañas
y tras ellos el mar, un inmenso mar de nubes blancas,
y al fondo, muy al fondo las verdes esperanzas.
Y retumbaron en mí los gritos recibidos.
Las lagrimas de los adioses infinitos.
Yo miraba con la boca amordazada
por mi falta de entendimiento.
Y abría los ojos más y más para comprender
porqué me hacía eso.
Pero mis ojos miraban sin ver,
sin poder entender por que sentía aquello.
Ya nada era lo mismo, en mi sólo anidaba,
como en un lecho de espinas, el sufrimiento.
Y cerré las ventanas, y las puertas de mi corazón
y de mi alma, para no oír más los gritos,
y olvidar los recuerdos. Pero siempre estaban ahí.
Siempre diciendo que han existido.
Y lloré tanto que empapé las sabanas a litros,
como paños que acogen el dolor de mis ojos vencidos.
Y he sentido sobre mi garganta,
la angustia de una atmósfera tan densa
que el respirar se hacia tan imposible
como sentir odio por los que tanto amas.
Y se llenó mi cara de cera caliente,
por los besos recibidos en las despedidas
y de punzadas de agudos alfileres,
encontrados en los alegres ojos de las bienvenidas,
aquellas que hube traicionado
y vueltas y vueltas a lo mismo.
He dibujado un pétalo de cuatro hojas
en mis recorridos.
A miles de Kilómetros por hojas
y todas ellas sin sentido.

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